26 de octubre de 2011

Rosal

El problema con nosotros es que ha sido apostar a escribirnos en agua y esperar que caiga un rayo justo en el dedo que nos traza, que suceda que el dibujo en el agua se vuelva de sal y se petrifique, que sobreviva al ímpetu del momento que, a todos por igual, nos corresponde como cotidiano y frágil. Eso, aves de paso, flores de un día que se empeñan en dolerle al ruiseñor que, de cualquier manera, no está clavándose sus espinas en las entrañas para volverlas rojas. Qué más da (siguiendo el juego) si la reina se emputará y nos mandará cortar la cabeza de cualquier manera.
Platicándolo con Fa me di cuenta de que en mi intento por reducir las esperanzas a nulas, por no esperar nada de la situación, terminaba esperando algo. Claro, si estoy aquí es porque espero que algún día haya algo más. Pensar estas cosas sólo me hace llegar al punto de partida porque me convenzo luego de que no hay por qué esperar algo. Pero una sonrisa, o escuchar su voz, o amarla en tanto que me cambie la vida…
Ahora que está tan cerca, vamos, ojalá me cambie la vida, que apriete más fuerte, que ya dos veces se clavó la espina de la rosa en el corazón y en la tercera se verá qué sucede.

14 de octubre de 2011

De cuando (nada)

Y, cuando el sentimiento que aseguro vivirá por siempre dentro de cada uno se lance al charco que es el olvido, cuando el arrebato de furia pierda el hilo que tira de él hacia ti y se vuelva solo un muñeco sórdido sin relleno ni sentido; cuando volvamos al cuenco del que llegamos y hayamos perdido en la piel eso que nos hacía volver durazno su textura, volver los dedos lenguas y las palabras abismos, insuperables distancias que dan la vuelta al mundo de tan grandes y tan próximas, cuando cesen el color, forma y fuerza, cuando por fin lleguemos a lo desconocido; cuando miremos sobre nuestros hombros y recordemos un espacio vacío (porque existió: ese tipo de presencias no se olvidan) pero seamos ya incapaces de sostener la mirada con el vacío y enfrentarnos a nosotros, al uno que es el otro, que lo somos ahora, porque se haya esfumado de ambas mentes; cuando la violencia sea ya inercia y viva sin necesitarnos… Cuando todo esto pase y nunca nada haya existido, ¿qué?

7 de octubre de 2011

Maya Deren

"I am not greedy. I do not seek to possess the major portion of your days. I am content if, on those rare occasions whose truth can be stated only by poetry, you will, perhaps, recall an image, even only the aura of my films."

—Maya Deren


Pulsión

Nadie podría deshacerse de lo que uno deja detrás porque, tan pronto se desaparece, es el único recuerdo físico de lo que una persona fue. Los recuerdos siempre dejan un sabor de vacío en la boca y, vamos, la vida está en las sensaciones (así sea la proyección de un ausente en algo que le perteneció, o que supone una relación con él). Así, es bueno limpiar el bagaje que uno carga consigo y facilitar el olvido a los demás.

Empiezo a comprender esto. Todo lo que hay que saber es sencillo y ha estado ya dicho, desde siempre. Crecer es, acaso, comprenderlo por nuestra mirada. Construir con las manos propias el ataúd que uno quiere que lo contenga después de muerto. Y qué más.

Dándome cuenta de que, por bajas que sean las probabilidades, pronto podría morir, me puse a pensar en qué me gustaría hacer. Lo primero fueron puros placeres simples: comer, coger, dejarme llevar por el viento, soltar las manos del manubrio de la bicicleta en la bajada y mirar la calle engulléndome segundos antes de cerrar los ojos… Me pareció divinamente egoísta vivir solo por ti. Qué serenidad no preocuparte por nadie y desaparecer de ojos de todos para vivir solo para ti. Luego me di cuenta de que querría extender mi existencia (tan gris y absurda como cualquier otra) a un plano que me diera a mí –y a nadie más– la certeza de que mi vida había valido la pena. Sería un héroe para mí mismo (y cuántos recuerdos de mi padre me vienen con esto). Un héreo en mi historia (que, claro, jugaría un papel de villano en la de cualquiera). Retomar los valores perdidos para dar un sentido –ah, la constante pulsión de muerte y el sentido inexistente– a vivir en tan mierda sociedad. Así, concluí que me sometería a sacrificios. La vida del guerrero es una constante lucha cuyos designios y resultados le son vedados incluso a él mismo. Por supuesto que los sacrificios más evidentes estaban en el núcleo de lo que fue, divinamente egoísta, mi primer impulso al darme cuenta que moriría. Pero no querría caer en una especie de ascetismo extremo porque, vaya, para qué. Pequeños, grandes y cortos sacrificios que le dieran a mi vida no un sentido sino una justificación.

Metamorfósis.

Esto lo escribo para nadie; hará poca o nula diferencia en vida de quien sea. Cada quién da el salto a sus propios abismos de distintas maneras.

"[…] la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas."


—Jorge Luis Borges,
Elogio de la sombra