26 de octubre de 2011

Rosal

El problema con nosotros es que ha sido apostar a escribirnos en agua y esperar que caiga un rayo justo en el dedo que nos traza, que suceda que el dibujo en el agua se vuelva de sal y se petrifique, que sobreviva al ímpetu del momento que, a todos por igual, nos corresponde como cotidiano y frágil. Eso, aves de paso, flores de un día que se empeñan en dolerle al ruiseñor que, de cualquier manera, no está clavándose sus espinas en las entrañas para volverlas rojas. Qué más da (siguiendo el juego) si la reina se emputará y nos mandará cortar la cabeza de cualquier manera.
Platicándolo con Fa me di cuenta de que en mi intento por reducir las esperanzas a nulas, por no esperar nada de la situación, terminaba esperando algo. Claro, si estoy aquí es porque espero que algún día haya algo más. Pensar estas cosas sólo me hace llegar al punto de partida porque me convenzo luego de que no hay por qué esperar algo. Pero una sonrisa, o escuchar su voz, o amarla en tanto que me cambie la vida…
Ahora que está tan cerca, vamos, ojalá me cambie la vida, que apriete más fuerte, que ya dos veces se clavó la espina de la rosa en el corazón y en la tercera se verá qué sucede.

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